Columna opinión de: Silvia Retamal Cisterna
Académica del Depto. De Educación
Universidad de Los Lagos
Integrante de la Red de universidades chilenas por la educación rural (RUCHER)
Un 7 de abril, hace 133 años en la localidad de Vicuña, nace Gabriela Mistral, educadora, profesora rural y una de las poetisas más emblemática del siglo XX, premiada en 1945 con el Nobel de Literatura. Desde 1998 el Ministerio de Educación consagra esta fecha como el Día de la Educación Rural en Chile en reconocimiento a su obra y labor pedagógica.
En el mundo educativo esta conmemoración invita cada año a reflexionar sobre el sentido de la educación rural. Escuelas ubicadas en pequeños pueblos, con pocos habitantes, alejadas de los polos urbanos, graduadas, multigraduadas, unidocentes o polidocentes. Estas y otras posibles configuraciones, constituyen un tercio de las escuelas de todo el territorio chileno. Suficientes, para insistir, una vez más, en la demanda histórica de promover más y mejor educación para las zonas rurales.
Mistral, en sus escritos sobre la escuela rural dice “otro destino de asistencia constante y hasta de derroche es el de las ciudades, locas consumidoras de presupuestos nacionales”. En épocas pasadas, las escuelas rurales, fueron las zonas de sacrificio del conocimiento y los saberes propios, producto de la superposición de los atributos legítimos de la urbanidad. Pero el discurso decimonónico del menosprecio, del atraso y de los saberes inferiores que se asocian a la escuela rural, no es menos desfavorable que la idealización de esta escuela como un espacio ingenuo y sin conflictos.
Hoy en día la escuela rural dejó de ser ese rincón incivilizado donde se enseña, a la infancia del campo, a vivir en la ciudad. Ante estos escenarios y los peligros de la enseñanza homogeneizante, la educación, cualquiera sean sus particularidades, tiene que considerar su complejidad, distinguir entornos, incorporar su historicidad, dialogicidad y autonomía.
En este significativo momento en que se discute una nueva constitución para Chile, el compromiso con las zonas rurales tiene que ir en la línea de garantizar el derecho a la educación y a la formación para toda la vida. Esto implica cobertura y otras modalidades de educación, junto con promover una educación descentralizada y vinculada a los territorios. Conlleva, además considerar la dimensión geográfica y territorial, recuperar el sentido de educación pública y al mismo tiempo, dejar atrás al sesgo de la precariedad. Este es el camino para asegurar que cada localidad rural tenga acceso a una escuela que posibilite el desarrollo de un curriculum contextualizado.
Por su naturaleza, la demanda de educación rural se concibe articulada a otras demandas: derechos de pueblos originarios, medio ambiente, justicia social, democracia y ciudadanía. En este punto, tan relevante para los acuerdos educativos, cobra sentido la pedagogía mistraliana y su reflexión pedagógica vinculada con la tierra, la vida, la naturaleza y la ruralidad “no coloquéis sobre la lengua viva la palabra muerta”. De eso se trata la educación, de buscar la palabra viva.
Publicado por: Loreto Bustos Novoa